miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿Queréis saber lo que me ha ocurrido esta misma mañana?

  
  Os voy a relatar lo que me ha sucedido esta misma mañana.
       Paseaba yo, muy dignamente, eso sí, por una calle de Jaén, de las pocas que quedan sin cuesta en esta capital del santo reino (los nombres me persiguen, vivo en una calle que lleva el nombre de un cura, nací en un pueblo con nombre del santo cristo, el viernes voy a una reunión a la  calle madre de dios de málaga,... cosas del destino, pero... continúo), en esa calle se encuentra la audiencia provincial y en la puerta siempre hay un par de guardias civiles. Yo iba con un abrigo oscuro, bufanda negra y cara seria, por ser la expresión que adopto con más frecuencia, aunque por dentro tenga espíritu de cómico, además los tiempos que corren no son para ir muy risueños, basta echar un vistazo a los medios de comunicación para que se te revuelvan los tripajos del alma. Me acompañaba uno de mis nietos, compañía esta que viene siendo habitual y muy placentera, por cierto. Al pasar justo por delante de uno de los guardias, no sé que me impulsó a mirarlo, el caso es que lo hice, y me sorprendieron dos ojos oscuros ensombrecidos por el charol de un tricornio. Yo desvié la mirada en cuanto fui consciente (todo esto que os relato transcurre en no más de una docena de segundos mal contados) no porque tema nada, sobre todo desde que estoy jubilado, ya sabéis, los jubilados nos lo merecemos todo (jejeje), sino porque soy algo tímido y más ante la benemérita. Como os digo, desvié la mirada y traté de pasar desapercibido (que jodío es el subconsciente) en esto que oigo de boca del guardia:
- ¡Vaya usted con dios señoría.!
        Os juro que aunque sólo fuesen diez segundos, tuve tiempo de pasar por varias sensaciones: ¿Me habría confundido con  un juez?, ¿Esa cara se me ha quedado con los años?, ¿Le contesto o me hago el longuis?, si le contesto y luego se descubre que no soy juez... qué... confieso que me agradaba la idea de pasar por un juez y me gustaba eso de señoría en boca de un guardia civil, a mí, precisamente a mí.
       Puse en mi figura aire de juez y muy ufano me dispuse a responder. Aquí, reconozco, el tiempo jugó a mi favor, ya que en el último instante, una vez aclarada mi garganta con un suave garraspeo y dispuesto  a decir: - Adios, buenos días.- oí, justo detrás de mí, tan cerca que casi podría haber sido yo mismo - Adiós, buenos días-  giré la cabeza lo imprescindible para notar que alguien pasaba por mi costado izquierdo y éste sí que llevaba cara de juez, aunque sólo fuese porque era juez.

Tres o cuatro pasos más adelante, calmado ya de este desvarío, os aseguro que me sentí aliviado, no sólo por no ser juez, sino por ir acompañado de mi nieto, que podría testificar que lo que os cuento es cierto si no fuera porque, aún en este añito de vida que tiene, no ha aprendido a hablar con soltura.

2 comentarios: