lunes, 27 de octubre de 2014

Para los cuervos del miedo

Cuando la indiganción se transforma en esperanza de cambio, los cuervos, dueños del miedo y del desencanto, se dispersan por las esquinas de la sociedad ambulante y lastimera, apelando al orden establecido en nombre de la prudencia, voceando la palabra imposible por doquier, rebuscando miserias inventadas o secuestrando verdades inconfesables, corrupciones ampulosas, robos con corbata limpia y zapatos de brillo betunero. A veces, disfrazados de alondras mañaneras o mirlos casi blancos, confundidos entre tanto desasosiego, entonan cánticos atolondrados y creíbles en otro tiempo aún cercano, para adormecer las ansias de esperanza, los deseos de un nuevo tiempo que rompa los entuertos y nos libere de buitres carroñeros, con perdón de los leonados. En otras ocasiones, sabiéndose descubiertos sus trucos trasnochados y burdos, que ya no embelesan ni a los más crédulos, afinan las ruidosas fanfarrias con la pretensión de acallar los gritos de ansia por nuevos fondos y nuevas formas, por calmar las olas, pero no les vale, es tiempo de mareas altas y, antes de que llegue la bajamar, el agua limpiará sus aburridos graznidos, sus amenazas desesperadas.  Mientras llega la hora de sus jaulas y conseguimos remontar de nuevo nuestro vuelo, no caben dudas temblonas, no vale esperar sentados un favorable viento, ventilemos nuestras mentes para airear los ingratos recuerdos. Además, les envío esta imagen y este gesto.