miércoles, 6 de julio de 2011

Una jornada de Museo

Ya sabéis que me estoy acercando a la pintura, otra inquietud para confirmar que sigo siendo un individuo atraído por los secretos que ocultan las cosas. Bueno, esto es sólo  una introducción (retórica) para comentar nuestra visita al museo Tyssen. Queríamos ver la exposición de Antonio López y, aprovechando el inicio, siempre agradable, de las vacaciones nos subimos al tren de las 8:45 libres de equipaje, con la prensa del día bajo el brazo y una pequeña cámara digital en el bolsillo. Antes de terminar la lectura detallada del diario (dejando el sudoku para la vuelta) los altavoces con voz femenina y buen acento (supongo) anunciaron "train bound for Madrid, next station Atocha" . Salimos del micromundo de Atocha con el brillo en la cara que se nos pone cada vez que visitamos la capital del reino. Nos gusta Madrid, ¿qué le vamos a hacer?. Un día luminoso que amenzaba calor  a esas horas. Caminamos Paseo del Prado arriba hasta la plaza Neptuno con el ritmo apropiado, para completar nuestro mimetismo provinciano. Somos previsores, así que nos ahorramos el tiempo de cola, llevábamos las entradas adquiridas por Internet. Tras atravesar la pesada doble puerta de cristal, nos bastó una simple ojeada para dirigirnos al mostrador apropiado, contratar dos estilizados "guías-digitales" con cómodas cintas azules y un microteclado que me obligaba a utilizar la gafas . En unos instantes nos encontramos con los ojos bien abiertos,  cuello bien engrasado, apararito en el oído y rodeados del hiper-realismo de Antonio López.

No  voy a decribir las sensaciones recibidas o vividas, seguro que no sabría, pero descubrí, entre otras muchas cosas, que un cuadro no debe terminarse nunca. Hay  que dejar un espacio libre en el lienzo a discreción de quien lo contemple.