miércoles, 8 de junio de 2011

Retroceso al presente (6)

La luz del atardecer que entraba por la ventana del despacho no fue suficiente para sacar a Rubén de su sueño, pero sí la melodía de su teléfono móvil.
-          ¿Sí? – contestó con poca voz y casi sin abrir los ojos.
-          Le he llamado esta mañana, esperaba una respuesta.

Rubén abrió los ojos de golpe y alargó el brazo para coger el cuaderno que tenía junto al flexo. La voz que estaba al otro lado del teléfono no le pareció conocida y tuvo la intuición  de que debería tomar alguna nota.

-          Perdone, ¿Con quién hablo? – trató de ser amable en esta pregunta, tal vez por la rutina de su profesión de abogado.
-          Eso no es lo más importante en este momento, haría mejor en preguntar por qué le llamo.

Repasó uno a uno los dígitos del número que había apuntado en el cuaderno y trató de recordar si lo había visto anteriormente, pero no.

-          Ni siquiera sé si me conoce de algo o si soy yo la persona con quien quiere hablar.
-          Por favor, Sr. Blasco, no quisiera ser cortante con usted. No nos conocemos personalmente, y es posible que nunca nos veamos, si todo marcha bien. Por ahora basta con que nos pongamos de acuerdo en algunas cuestiones.

Al oír su apellido se disiparon las dos dudas. Quien quiera que fuese le conocía y era con él con quien quería hablar.

-          Veo que, al menos, sabe mi apellido y mi número de teléfono. Yo sólo conozco el número del teléfono con que me llama.
-          Si se va a sentir mejor, puede llamarme Bernardo, o cualquier otro nombre que le guste.
-          Está bien Bernardo, ¿por qué me llama?

A través de la corta y bien medida interlocución sólo llegó a saber que aquella voz pertenecía a un hombre educado, con un carácter templado, que quería tratar con él un asunto desconocido por el momento y que este asunto se trataría a través de terceros, con los que le ponía en contacto por medio de una nota, que le había dejado en el buzón del portal.

Continuará…

lunes, 6 de junio de 2011

Retroceso al presente (5)

El teléfono que Rubén había dejado olvidado sobre la mesa de su despacho marcaba varias llamadas perdidas, seguramente importantes aunque él no quiso comprobarlo. De entre todas sólo una le suscitó  interés, era un número desconocido, quizá por ello lo anotó de forma casi autómata en el cuaderno que siempre tenía abierto junto al flexo de su mesa. En ese instante no se sentía con ánimos de hablar con nadie de nada. Se inclinó hacia atrás lo que permitía el sillón, cruzó los pies sobre la mesa y reposó la cabeza sobre ambas manos entrelazadas tras la nuca. Sus ojos se entornaron involuntariamente y, antes de pensar en nada,  el cansancio le venció.

            Debí haberlo dejado acompañarme, se dijo Lucrecia tras cerrar la puerta del piso y sentirse muy sola. No tenía hambre a pesar de ser más de las tres, lo cierto es que hacía varios meses que se alimentaba casi por obligación y por eso fue al frigorífico, cogió un yogur, la botella de agua, la caja de analgésico y se recostó en el sofá frente al televisor, que no llegó a poner en funcionamiento.  Debí dejarlo que me acompañase, volvió a repetirse, sintiéndose más sola. Dejó descalzos sus pies doloridos, se tomó el analgésico y antes de abrir el yogur se quedó dormida.

Continuará...