Cada ida y cada retorno
lo veía en aquella esquina
heladamente solo,
tan quieto,
tan callado.
Cada tiempo, sin proponérselo,
su figura cambiaba levemente,
quizá coincidiendo
con un gesto casi solidario de algún transeunte
que a él se le antojaba
para sí. Y de inmediato
volvía a la solitaria quietud
de cada día.
Alguna vez, en la ida
o en la vuelta,
me pareció
descubrir en la comisura de sus labios,
junto al surco profundo de sus años, algo
que yo prefería suponer
una sonrisa.
Ayer, a la ida, ya no estaba.
Muy bonito este poema, Rafael, además de tipo existencialista, profundo y grave. Te felicito. desconocía esta faceta tuya. ¡Adelante! En el Encuentro de Poetas Andaluces nos quedamos esperándote. Supongo que no podrías. Bueno otra vez será. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Encarna. Efectivamente no pude, ahora tengo que contar con hijos y nietos en mi agenda. Pero me gustaría participar en uno de esos encuentros.
EliminarMe gusta Rafael lo que has escrito. Sigue inspirándote para darnos satisfacciones espirituales, que es lo que nos queda
ResponderEliminarGracias a ti Tartesso. Ciertamente nos queda lo que nosotros seamos capaces de otorgarnos.
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