sábado, 7 de enero de 2012

Primera luna de abril. A mis nietos Aless, Leo y María


           No sucedió en un país lejano, ni tampoco hace mucho, mucho tiempo. Pudo haber ocurrido la semana pasada o anoche, sin ir más lejos. El caso es que los tre niños  observaban silenciosos la luna, asomados a aquella ventana, en la que siempre habían visto a su abuelo hacer lo mismo. 

            La primera vez que su deseo les guió hasta el final de la escalera, apenas podían remontar con soltura los altos peldaños. El azar los había traído a la misma familia en apenas unos meses y, sin notarlo, habían crecido compartiendo alegrías, rabietas, fortalezas y miedos. Al llegar al último rellano, encabezados por el primo mayor, lo vieron en su vieja silla con la cabeza apoyada sobre ambas manos y la mirada perdida en la infinita blancura de la luna. Él los había oído llegar pero no quiso perturbar ese primer acercamiento, prefirió que se acomodaran a su aire. La más pequeña tomó la iniciativa para entrelazarse entre las piernas del abuelo, al tiempo que él la abrazaba suave y tiernamente, para no romper el encanto. Los otros dos, según su habilidad y energía se fueron encaramando a ambas piernas, tomando como asidero los hombros y el cuello de su abuelo. La comunión fue tan espontánea y sugerente que ninguno de los cuatro se atrevió a romper el mágico silencio. 

            A esta siguieron otras y otras  ocasiones en las que, bajo el resplandor de la luna llena, se empaparon de mágicas narraciones y cuentos, algunos de ellos inacabados, con los que el abuelo llenaba de magia y misterio esos momentos. Aprendieron a descifrar la sombras y luces de la superficie lunar, ascendieron hasta las más elevadas crestas en intrépidas aventuras, se ocultaron de burlados perseguidores en cráteres sin fondo y hasta disfrutaron de las sueltas arenas basálticas de sus mares. La luna estaba presente en sus sueños y también en sus realidades.

            Aquel anochecer fue el primero en el que el abuelo faltó a su cita, al menos eso creían, hasta el momento en el que, casi a un tiempo, descubrieron que uno de los cráteres aparecía ahora iluminado sobremanera. La apasionada discusión que éste suceso desencadenó entre ellos, no fue suficiente para ponerlos de acuerdo, cada uno atribuyó a su gusto y manera lo sucedido, pero todas las hipótesis partían de un denominador común: algo tenía que ver este hecho real o ¿imaginado? con la ausencia de su abuelo.