martes, 9 de diciembre de 2014

Lamentos de ida y vuelta

Cada ida y cada retorno
lo veía en aquella esquina
heladamente solo,
tan quieto,
tan callado.
Cada tiempo, sin proponérselo,
su figura cambiaba levemente,
quizá coincidiendo
con un gesto casi solidario de algún transeunte
que a él se le antojaba
para sí. Y de inmediato 
volvía a la solitaria quietud
de cada día.
Alguna vez, en la ida
o en la vuelta,
me pareció
descubrir en la comisura de sus labios,
junto al surco profundo de sus años, algo
que yo prefería suponer
una sonrisa.

Ayer, a la ida, ya no estaba.