Las ágiles olas, empujadas por el viento del este, no hicieron zozobrar nuestra barca. Conducida por el certero timón de Santi, cabalga cresta a cresta hasta la tranquila bocana del viejo puerto. Un sol temeroso, aunque tenaz, reconforta nuestra piel humedecida por la salpicadura de las libertinas gotas.
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