miércoles, 5 de febrero de 2014

Porque no quiero embrutecerme, ahora quiero involucionar.

           
  Hace tiempo que renuncié a falsos titulares de medios adheridos simbióticamente a las entrañas del poder y de los poderosos, porque no quiero embrutecerme. Me he alejado de la desinformación tertuliana y torticera de personajes acartonados y estrangulados por intereses del sistema, porque no quiero embrutecerme. Me niego a participar en vanas discusiones sobre qué o cuál es causa de nuestras pobreterías tangibles e intangibles, quiénes son o somos responsables de tan míseras circunstancias sociales-económicas-políticas, cómo hemos permitido-consentido-tolerado que la usura de unos pocos se alce descarada sobre la debilidad y el conformismo de casi todos, por qué renqueamos inoperantes ante tanta injusticia social, dónde se encuentran los resortes adecuados para accionarlos colectivamente y cuándo hacerlo, porque no quiero embrutecerme.
             Ahora quiero involucionar renunciando a redes asociales que sólo profundizan hasta los poros aromáticos de la epidermis humana, sin preocuparse de estructuras más profundas, donde se fosilizan las emociones y los sentimientos, olvidando podridos aprendizajes que ulceran mi raciocinio, conservando las ganas de cambio frente al conformismo impotente, confrontando las ideas sin miedo a las utopías, huyendo de pragmatismos irremediables para buscar bifurcaciones inexploradas, leyendo de nuevo en los ojos de la gente, después de quemar en la hoguera los escritos enlatados, hablando sin límite de vocablos con los sonidos de mi garganta, apagando coberturas inmovilizadoras que controlan hasta extremos inquietantes, volviendo a lentas reacciones que salgan del convencimiento y esperando en la línea de salida la señal que me lleve al inevitable silencio.

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