miércoles, 24 de agosto de 2011

El problema de ser agnóstico

Próximo ya el final de mis vacaciones que comenzaron va para dos meses ( esto les produce a algunos envidia, sana sí, pero envidia al fin y a la postre), caminaba con mi perro, naturalmente, a la orilla del mar,   bajo el debilitado aún sol de la mañana y hacía un somero repaso a este periodo estival. Desde que comprendí que era agnóstico, se me planteó un problema irresoluto hasta el momento, espero de vuestra orientación al respecto. Cuando intento referirme a aquellas cualidades del ser humano que nos distinguen del resto, léase inteligencia, comprensión, capacidad de recuerdo, sentimientos, etc no encuentro palabra  que los englobe, antes me bastaba con hablar del alma o del espíritu humano, pero ahora.... ¿cómo puedo expresarlo sin hacer alusión a cada una de esas cualidades?  El caso es que, resuelto o no, ese somero repaso y mi deformación profesional de adaptar los conceptos e ideas a la capacidad de comprensión del alumnado joven , me conduce de forma casi autómata a la clasificación, resumen, esquematización y simplificación, por lo que trataba de realizar un listado virtual de momentos que definiesen con  cierta exactitud el estado "anímico" (y aquí me encuentro con el problema) de las vacaciones. Podría decirse que lo mejor que ha pasado por mis sentidos y sin intención de establecer prioridades, cabría en una lista parecida a esta:
- El aroma de la piel de mis nietos cuando los abrazo e inspiro lo que mis pulmones me permiten.
- El silencio roto por el cansino oleaje del mar.
- La suavidad de las caricias a una piel cercana.
- El color duro, dorado y árido de las tierras extremas del noreste o nordeste jienense.
- Y los andrajos de mi madre.

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